Los Demonios del Poder
Por: Carlos Lara Moreno
A la sombra del…
La sombra de Andrés Manuel López Obrador nunca se disipó. Simplemente cambió de forma. Salió por la puerta grande el último día de su gobierno y regresó por las rendijas del poder con la publicación de “Grandeza”, su nuevo libro.
Allí, entre líneas, lanzó una frase que resonó más como advertencia que como reflexión: “Si se me necesita, puedo retomar la vida pública”. No es un comentario suelto. Es un mensaje perfectamente calculado.
Para Claudia Sheinbaum Pardo, esa frase es un recordatorio del pacto invisible que la acompaña desde el día uno: la Presidencia es suya, pero el movimiento sigue teniendo dueño.
Y en México, a veces, los símbolos pesan más que las instituciones. López Obrador sabe que conserva el control emocional del electorado más fervoroso; sabe que su palabra aún ordena, moviliza, disciplina. Y juega con ello.
Desde que Sheinbaum asumió, ha intentado marcar una distancia serena, técnica, racional. Pero cada decisión es comparada con el estilo del fundador.
Cada mensaje presidencial es leído a la luz de lo que él hubiera dicho. En ese contraste permanente, Sheinbaum gobierna mientras López Obrador editorializa desde la penumbra. Un equilibrio incómodo que no termina de estabilizarse.
En uno de los pasajes más tensos de este nuevo episodio político aparecen los Demonios del Poder: esos temores silenciosos que rondan a todo gobernante cuando el mentor no se retira por completo.
La duda de si cada paso será aprobado por el viejo líder. El riesgo de que cualquier error sea interpretado como traición.
La posibilidad de que un día, sin previo aviso, el expresidente decida “volver” porque considera que el rumbo se ha perdido. Ese espectro no sólo condiciona; amenaza.
Y mientras Sheinbaum busca consolidar su propia autoridad, López Obrador se mueve con la soltura de quien jamás dejó de mandar. Presenta un libro, da un discurso, lanza una frase ambigua… y el sistema entero se ajusta a su respiración. No gobierna, pero sí influye. No está en Palacio, pero tampoco está lejos. Es una fuerza que no requiere cargo para hacerse sentir.
El desafío para Sheinbaum es demostrar que puede gobernar sin tutor. Que puede ser la arquitecta de una etapa diferente, no la administradora de un legado. Pero el mensaje del expresidente es claro: él sigue siendo el guardián, el vigilante, el dueño de la última palabra dentro del movimiento que creó.
Y en ese choque de presencias —una institucional, otra espectral— se decide el verdadero equilibrio del país. Porque a veces el poder no se cede: sólo se presta. Y quien lo recibió debe convivir con la sombra de quien lo entregó… hasta que uno de los dos se atreva a romper el silencio.
