La Cámara de Diputados se quedó en silencio, pero no por rutina parlamentaria, sino por duelo. Diputados y diputadas se pusieron de pie para rendir homenaje a Carlos Alberto Manzo Rodríguez, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, asesinado el 1 de noviembre. El minuto de silencio terminó convertido en aplausos, como una forma de despedida y también de reclamo.
Fue la presidenta de la Mesa Directiva, Kenia López Rabadán, quien pidió al pleno guardar silencio. Contó que este gesto fue acordado por la Junta de Coordinación Política, y que no solo era por Manzo, sino también por otras figuras públicas recientemente fallecidas. Sin embargo, el primer minuto estuvo dedicado exclusivamente a él.
La muerte del edil no solo dejó un vacío en su municipio, también volvió a poner sobre la mesa la pregunta incómoda: ¿quién protege a los alcaldes en México? Manzo había enfrentado amenazas y tensiones con grupos criminales. Aun así, siguió al frente del gobierno municipal hasta que fue asesinado. Su caso se suma a una larga lista de autoridades locales atacadas por el crimen organizado, especialmente en estados como Michoacán.
En el pleno, el ambiente fue solemne, sin discursos largos ni confrontaciones. Pero entre pasillos, varios legisladores dijeron lo que muchos piensan: los minutos de silencio no alcanzan si no vienen acompañados de resultados, justicia y políticas reales de protección. Algunos aprovecharon para exigir más recursos para municipios vulnerables y coordinación entre gobiernos estatales y federales.
Uruapan hoy está de luto, pero también en alerta. La población exige respuestas y teme que el crimen quede impune, como ha pasado tantas veces. El Congreso ya hizo su parte simbólica, ahora queda lo más difícil: que el Estado dé garantías de seguridad, castigo a los responsables y que no se repita la historia.
Este homenaje no fue solo un acto protocolario, también fue un recordatorio de que la violencia toca la puerta del poder… y que el silencio, aunque doloroso, también puede ser un grito.
